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.Solamente cuando los sevillanos fueron rechazados pudieron reanudarse los preparativos para una enorme ofensiva contra ellos, pero al mismo tiempo que Amram redoblaba sus esfuerzos para obtener los fondos necesarios para contratar a todavía más beréberes mercenarios, estaba lleno de dudas acerca del resultado de la inminente campaña.El día que Abu Ali le entregó un presupuesto de la cantidad que se necesitaba para atender a los requerimientos inmediatos del ejército, condujo gradualmente la conversación en la dirección deseada.—Se me acaba de pasar por la cabeza —empezó a decir—que no hemos hecho provisiones para reforzar nuestras defensas orientales.—¿Y por qué ha de ser eso necesario?—Porque, con la mayor parte de nuestras tropas dirigiéndose a Sevilla, nos hemos quedado indefensos y vulnerables ante un ataque de Zuhair.—Pero Almería y Granada son aliados en la lucha contra Sevilla.—Lo éramos ayer y lo somos hoy.Pero si mañana nos descuidamos, es muy posible que Zuhair se sienta tentado a atacarnos por nuestro flanco del este.Tenemos que hacer todo lo posible para asegurarnos de que Almería permanece con nosotros.—¿Y compartir la victoria con ese eunuco?—Eunuco o no, ha sabido forjarse un buen reino.Mejor tenerlo con nosotros que contra nosotros.A pesar de ser fuertes, no tenemos el poder de luchar en dos frentes simultáneamente.Pero si vamos a invitar a Málaga a que se alie también con nosotros, estaremos bien preparados para asestar un golpe de consecuencias catastróficas a los abaditas y truncar sus esperanzas de llegar a ser jamás los cabecillas indiscutibles de todo al-Andalus.Abu Ali clavó su mirada en su ayudante judío, sopesando en su mente la lógica de su argumento contra la que creía que iba a ser la reacción de su soberano.Amram, que sabía que iba a ser reticente, continuó impertérrito.—Me consideraría culpable de deslealtad a nuestro soberano, si no hiciera lo posible para asegurarme de que se le hacían tener en cuenta consideraciones como éstas.—¿Y quién lo iba a hacer?—Tú, como visir y distinguido miembro de su séquito.—Carezco de tus poderes de persuasión —replicó astutamente Abu Ali, reacio a echarse sobre los hombros esa responsabilidad y el riesgo de sugerirle a su rey una estrategia de tan gran alcance.Pero si insistes, tal vez pueda conseguir una audiencia para ti.—Considero mi solemne deber el informar al rey Habbus de mis reflexiones —contestó Amram serenamente, encantado de la facilidad con que había conseguido su objetivo: una oportunidad para desplegar sus cualidades ante el propio rey.Abu Ali no le dio tiempo para reflexionar sobre las consecuencias de su iniciativa y cambiar de opinión.Se le hizo acudir, casi inmediatamente, ante la presencia de Habbus, la primera vez en que se encontró frente a frente con él.A diferencia de la mayoría de sus compañeros de tribu beréberes, el rey de Granada no era ni alto ni delgado.Su inmensa fuerza física estaba concentrada en los abultados músculos de su espalda, hombros y brazos y cuando se ponía de pie, como hizo entonces, a horcajadas sobre sus sólidas y vigorosas piernas, clavando su mirada en los ojos de su interlocutor, emanaba de él un aire de indiscutible autoridad.Después de los acostumbrados homenajes y pleitesías, Habbus hizo una señal a Amram para que hablara, y le escuchó con absoluta concentración.Amram presentó sus argumentos tan sucintamente que el rey no pudo por menos que captar su lógica.Pero no tardó mucho tiempo en refutarla con la suya.—Se necesitan dos personas para formar una alianza, docto amigo.Zuhair exigirá un precio elevado por su participación en la campaña.—Su apoyo activo no es imprescindible.Lo único que necesitamos es una garantía de que no nos atacará cuando vayamos a luchar contra nuestro común enemigo.¿No fuimos en su ayuda cuando la necesitaba para rechazar el ataque de Sevilla? ¿Quién puede decir que no la necesitará otra vez? Solamente si permanecemos juntos podremos mantener a raya a Sevilla.—Me has convencido —declaró Habbus con brusquedad militar.—Pero, ¿quién va a convencer a Zuhair? Mis funcionarios andaluces albergan un odio imperecedero hacia él, un hombre que fue esclavo y que ejerce su dominio en sus tierras.—No siento tal animosidad hacia él —replicó Amram suavemente, aprovechándose de la oportunidad para negociar en nombre de su soberano—.Y puesto que el califa de Málaga es demasiado débil para resistir él solo a Sevilla, no puede por menos que encontrar ventajoso el unirse con nosotros.Habbus no dudó.El soberano poder de decisión era suyo y sólo suyo y no rehusó en ponerlo en práctica.—Que así sea, Abu Musa [ Pobierz całość w formacie PDF ]

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