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.SerÃa como casarme con mi hermana y eso, estaréis de acuerdo conmigo, no es muy deseable que digamos.Roland estaba intentando aligerar la tensión.Pero con Wulfric no funcionó, porque su expresión no cambió en absoluto.Sus ojos azul profundo ardieron con un fulgor más intenso cuando la miró a ella.-¿Significa que me mentiste cuando decÃas que le amabas?Tal vez a Milisant no le apetecÃa hablar precisamente de eso pero, como él sacó el tema, se vio forzada a admitirlo.-No estaba enamorada de él cuando te lo dije, no, aunque por entonces pensaba que podÃa estarlo.Siempre habÃa creÃdo que podÃa amarle.Sólo que nunca me detuve a pensarlo lo suficiente para comprender que ya le amaba, aunque de una manera incompatible con el matrimonio.Ninguno de los dos siente el menor deseo, hacia el otro.¿Quieres que te lo diga más claro?-Lo has hecho otra vez, Mili -se quejó Roland, casi reprobándola.-¿El qué? -exclamó ella exasperada.-Provocarle.Con la explicación hubiera bastado.No tenÃas por qué machacárselo.-Vete a la cama, Roland.No estás ayudando en nada.-Quisiera hacerlo, pero no puedo -suspiró Roland, como , si irse a la camaen ese momento fuera para él la máxima felicidad.Entonces ella comprendió que temÃa dejarla sola con Wulfric.Ella también preferÃa que no la dejara a solas con él, aunque en ese momento temÃa más por Roland que por ella, dado que Wulfric aún no habÃa envainado su espada.A Wulfric debió ocurrÃrsele lo mismo, o tal vez pensó que Roland no se fiaba de pasar junto a él yendo desarmado, porque entonces sà envainó su espada antes de decir:-En el fondo, estoy contento de no haberte matado, por el bien de tu padre.Haz lo que ella te ha dicho.-y como parecÃa que Roland dudaba en moverse, añadió-: Ha sido mÃa desde el dÃa en que la hicieron mi prometida.No oses pensar siquiera que puedes interferir en lo que es mÃo.Se miraron por un tenso instante que pareció eterno.Finalmente Roland asintió y se fue.Milisant sabÃa que su amigo no se habrÃa marchado si creyera que Wulfric podÃa hacerle daño.Le hubiera gustado poder estar tan segura como él.Pero no lo estaba.Sintió un impulso desesperado de pedirle que volviera, porque de pronto se puso muy nerviosa.El nerviosismo creció como la espuma cuando Wulfric cerró la puerta detrás de Roland y la atrancó con la barra de hierro.-¿Qué haces? -le preguntó con voz ronca y notando que el poco color que le habÃa vuelto a la tez desaparecÃa de nuevo.Él no contestó.Se dirigió hacia ella y se detuvo junto a su cama.La miró desde arriba.-PodrÃamos hablar de esto mañana.-sugirió ella, pero él la cortó bruscamente.-No hay nada de que hablar -espetó y, cuando ella fue a levantarse de la cama-: ¡Quédate quieta ahÃ!Milisant sintió auténtico pánico.La expresión de Wulfric no habÃa cambiado.SeguÃa pareciendo muy enfadado.Ella no estaba segura de qué pensaba hacerle.Aunque lo tuvo clarÃsimo cuando él empezó a quitarse lentamente la capa sin dejar de mirarla.-No lo hagas, Wulfric.Él se limitó a preguntarle:-¿De verdad creÃas que podrÃas casarte con Roland Fitz Hugh y que él vivirÃa para disfrutarlo?-Si mi padre hubiera accedido, tú no habrÃas tenido nada que objetar al respecto.-¿Y tú crees que eso me hubiera impedido matarle? -insistió él, meneando la cabeza.Milisant empezó a comprender lo que él querÃa decir.Él la consideraba suya en cualquier circunstancia.Aunque en el fondo no la quisiera, era suya, y por lo tanto nunca podrÃa casarse con otro, porque él lo considerarÃa un adulterio.Totalmente ilógico.Profundamente posesivo.No sabÃa si romper a llorar o echarse a reÃr histéricamente.No tenÃa ninguna posibilidad de ganar.Nunca habÃa tenido la menor posibilidad de escapar.De pronto recordó su desagradable encuentro con Juan sin Tierra.Un rey podÃa lograr que hasta los hombres más poderosos se doblegaran a su voluntad.Y Wulfric todavÃa no sabÃa que Juan se oponÃa a su unión.Eso leproporcionarÃa la excusa que deseaba para no casarse con ella.Si era él quien rompÃa el compromiso, ya no la considerarÃa suya.-TodavÃa no sabes lo que motivó mi huida.Eso lo cambia todo, Wulfric.-La vaina de la espada y el cinturón de Wulfric se desplomaron sobre el abrigo-.¡Escúchame!-¿Acaso se ha anulado el compromiso?-No, pero.-Entonces no cambia nada.-¡Que sÃ, que te estoy diciendo que sÃ! El rey se ha pronunciado.Está en contra de nuestra unión.Es la excusa perfecta que necesitabas para romper el compromiso.Sólo tenemos que decÃrselo a nuestros padres.-Ni en caso de que te creyera, muchacha, y no te creo, eso cambiarÃa las cosas.Juan ha aprobado públicamente nuestra unión.-¡Te estoy diciendo la verdad!-Entonces déjame que aún sea más claro respecto a por qué su opinión no tiene ninguna importancia.Lo que Juan quiera no tiene ninguna validez a menos que lo admita y eso, ni lo ha hecho ni parece que vaya a hacerlo.Asà que vamos a aseguramos, aquà y ahora, de que sepas a quién perteneces, para que no intentes negarlo de nuevo.Ya estamos unidos por contrato.Sellémoslo pues esta noche.-Y, mientras se lo decÃa, la empujó hacia la cama y se tumbó junto a ella
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