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.Mientras meponía el collar oí un batir de grandes portones, un estruendo lento y hueco como detitánicos tambores de guerra.Apenas ajusté el cierre del collar pareció que el viento se apagaba, aunque aún lo oíacantar y veía locos remolinos de polvo disparados como cohetes.A mi alrededor sólobailaba una brisa atemperada.Avanzando con cautela  porque en cualquier momento esperábamos toparnos conmás guiñadores llegamos a la rotura.Si había algún lugar (pensé) donde por fin podríaver tanto de la estructura de la nave como para aprender algo sobre su diseño, tenía queser allí.Pero no vi nada.Madera destrozada, metal torturado y piedra rota se mezclabancon sustancias desconocidas en Urth, pulidas como marfil o jade pero de coloresextravagantes o incoloras.Otras hacían pensar en el lino, el algodón o en un áspero pelode animales sin nombre.Más allá de esas capas de ruinas aguardaban las estrellas silenciosas.Habíamos perdido contacto con la columna principal, pero parecía claro que había quecerrar lo antes posible la brecha en el casco.Indiqué a los supervivientes de lo que habíasido la retaguardia que me siguieran, esperando que al llegar a la cubierta encontraríamosuna cuadrilla de reparaciones.Si hubiésemos estado en Urth habría sido imposible subir por los niveles en ruinas;aquí era fácil.Uno saltaba con cuidado, se aferraba a algún puntal o viga retorcida yvolvía a saltar: el mejor método era salvar los resquicios a saltos, lo que en cualquier otrositio hubiera sido una locura.Llegamos a la cubierta, aunque al principio me pareció que no habíamos llegado aninguna parte; estaba tan deshabitada como la llanura de hielo que una vez yo habíaobservado desde las ventanas más altas de la Casa última.Enormes cables la cruzabanserpeando; algunos se descolgaban como columnas, sosteniendo aún, muy arriba, losrestos de un mástil.Una de las mujeres agitó una mano y señaló otro mástil, a leguas de distancia.Miré,pero por un momento no vi sino un poderoso laberinto de velas, vergas y cuerdas.Luego hubo una tenue chispa violeta, lánguida entre los astros, y desde otro palo una chispa querespondía.Y después algo tan raro que por un momento creí que los ojos me engañaban o que lohabía soñado.Pareció que una diminuta mota de plata, a leguas de altura, bajaba hacianosotros y muy lentamente iba creciendo.Caía, por supuesto; pero no en una atmósfera,de modo que no aleteaba, y bajo una atracción tan débil que caer era flotar.Hasta ese momento yo había conducido a mis marineros.Ahora se me adelantaban,escalando las cuerdas de ambos palos mientras yo me quedaba en cubierta hechizadopor el increíble punto de plata.Un momento más y estuve solo, mirando cómo loshombres y mujeres de lo que fuera mi comando volaban de cable en cable como flechas,y a veces disparaban las armas en pleno vuelo.Con todo seguía dudando.Sin duda los mutistas tienen uno de los mástiles, pensé, y el otro lo tiene la tripulación.Trepar al equivocado sería morir.Una segunda mota de plata se unió a la primera.Soltar una vela de un disparo podía suceder por accidente, pero soltar dos era asuntodeliberado.Si se destruían suficientes velas y palos la nave no llega ría nunca a destino, ysólo podía haber un bando que quisiera eso.Salté al cordaje del palo de donde caían lasvelas.Ya he escrito que la cubierta hacía pensar en la llanura de hielo del maestro Ash.Ahora, a medio salto, la vi mejor.Por el gran boquete del casco de donde antes surgieraun palo seguía fugándose aire; al precipitarse el borbotón se hacía visible, fantasma de untitán, y destellaba con un millón de millones de lucecitas.Esas luces caían como nieve se derramaban flotando con verdadera lentitud, aunque no más lentas de lo que hubieraflotado un hombre dejando la grandiosa cubierta blanca y reluciente de escarcha.Entonces me encontré de nuevo ante la ventana del maestro Ash y oí su voz: «Lo queves es la última glaciación.Ahora la superficie del sol está opaca; pronto se volverábrillante de calor, pero el sol mismo se encogerá, dando menos energía a sus mundos.Alfin, si alguien viene a pararse sobre el hielo, sólo lo verá como una estrella brillante.Elcielo que esté pisando no será el que ve entonces, sino la atmósfera de este mundo.Y loseguirá siendo por largo tiempo.Tal vez hasta la caída del día universal.» Me parecía queél estaba de nuevo a mi lado.Aun cuando la cercanía de las jarcias me devolvió a mí, fuecomo si me acompañara en el vuelo, y sus palabras me resonaran en los oídos [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]

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