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.—Yo también.—¿Y cómo es que estás más informado que yo sobre los licántropos? —le pregunté.Stephen se agitó en sueños, y la manta resbaló, dejándole los riñones y un trozo de muslo al aire.Richard lo arropó como si fuera un niño.—Stephen y yo nos conocemos hace mucho.Seguro que tú me das veinte vueltas en lo relativo a los zombis.—Es probable.Por cierto, Stephen no es profesor, ¿verdad?—No.—Su sonrisa era amarga—.Las juntas de los institutos no ven con buenos ojos que un hombre lobo se dedique a la enseñanza.—Según la legislación, no pueden impedirlo.—Eso cuéntaselo a los que despidieron al último cambiaformas que se atrevió a dar clase allÃ.¿Sabes que los licántropos no son contagiosos cuando tienen forma humana?—A eso llego.—Lo siento.Es que me saca de quicio la idea de que discriminen a alguien por eso.A mà me habÃa dado por defender los derechos de los zombis; al parecer, a Richard le habÃa dado por defender los de los cambiaformas.No a la discriminación laboral de los hocicudos.Me parecÃa bien.—No esperaba tanto tacto por tu parte, ma petite.—La voz de Jean-Claude llegó de forma inesperada.No lo habÃa oÃdo llegar; claro que estaba distraÃda hablando con Richard.SÃ, serÃa por eso.—¿PodrÃas hacer un poco de ruido la próxima vez? Estoy harta de que aparezcas por sorpresa.—No intentaba sorprenderte.Lo que pasa es que estabas embelesada con nuestro apuesto señor Zeeman.—Su tono era afable y acaramelado y, sin embargo contenÃa una amenaza latente.La sentà como un hálito frÃo en la columna.—¿Qué mosca te ha picado ahora? —le pregunté.—¿Por qué lo dices? ¿Es que tendrÃa que sentirme ofendido por algo? —ParecÃa molesto y divertido a la vez.—Corta el rollo.—No se a qué te refieres, ma petite.—Estás cabreado.¿Por qué?—Mi sierva humana no sabe interpretar mis emociones.Pero ¡qué vergüenza! —Se arrodilló a mi lado.La sangre de la camisa se le habÃa secado, convirtiéndose en una mancha que oscurecÃa gran parte de la prenda.Los puños de encaje parecÃan flores marchitas—.¿Te sientes atraÃda por Richard porque es guapo, o porque es humano? —Su voz era un susurro, Ãntima, como si estuviera diciendo algo muy distinto.Jean-Claude sabÃa susurrar mejor que nadie.—No me siento atraÃda por él.—Por favor, ma petite, mentir está muy feo.—Se inclinó hacia mÃ, alargando los dedos hacia mi mejilla.TenÃa sangre seca en la mano.—Tienes mugre debajo de las uñas —le dije.Se sobresaltó y cerró el puño.Un punto para mÃ.—No escatimas ni una ocasión para rechazarme.¿Cómo pretendes que reaccione?—No sé —contesté con toda sinceridad—.Conservo la esperanza de que te hartes de mÃ.—Y yo conservo la esperanza de estar a tu lado para siempre.No te lo ofrecerÃa si pensara que me voy a aburrir.—Quien se aburrirÃa serÃa yo.Sus ojos se agrandaron imperceptiblemente.Me parece que habÃa conseguido sorprenderlo.—Lo dices para molestarme.—Puede ser —dije con un encogimiento de hombros—, pero sigue siendo verdad.Me atraes fÃsicamente, pero no estoy enamorada.No tenemos conversaciones estimulantes; no me dedico a pensar cosas como «Tengo que acordarme de este chiste la próxima vez que vea a Jean-Claude», o «Tengo que contarle lo que me ha pasado hoy en el trabajo».Cuando me lo permites, ni pienso en ti; no tenemos en común nada más que la violencia y la muerte, y no me parece una base muy sólida para una relación.—Vaya, te ha entrado la vena filosófica.—TenÃa los ojos a pocos centÃmetros de los mÃos, y sus pestañas parecÃan de encaje negro.—Sólo soy sincera.—No esperaba menos.Sé cuánto desprecias a los mentirosos.—Miró a Richard—.Casi tanto como a los monstruos.—¿Por qué la tomas con Richard?—¿Yo?—Sabes de sobra que sÃ.—Es posible que esté dándome cuenta de que lo único que quieres es lo único que no puedo ofrecerte.—¿Qué es lo único que quiero, según tú?—Que sea humano.—Si crees que el vampirismo es tu único defecto, te equivocas.—¿De verdad?—SÃ.El problema es que eres un egoÃsta y un gallito que espera que todo el mundo se pliegue a su voluntad.—¿Gallito? —ParecÃa verdaderamente sorprendido.—Como quieres estar conmigo, te importa una mierda que yo no quiera estar contigo.Tus deseos, tus necesidades, están por encima de los de cualquier otro.—Pero eres mi sierva humana, ma petite, y eso nos complica la vida.—No soy tu sierva humana.—Llevas mis marcas, luego eres mi sierva.—¡No! —Lo dije muy convencida, pero se me encogió el estómago ante la posibilidad de que fuera cierto y ya no pudiera liberarme de él.Me sostenÃa la mirada con los ojos de siempre: azules, oscuros, arrebatadores.—Si no fueras mi sierva, no habrÃa derrotado al dios serpiente con tanta facilidad.—Me da igual por qué lo hayas hecho; me he sentido violada.—Ya que eliges esa palabra… —Una expresión de disgusto cruzó su rostro—.DeberÃas saber que yo no te he hecho nunca nada parecido.Nikolaos sà que lo hizo: se metió en tu mente por la fuerza.Si no fuera porque llevabas mis dos primeras marcas, te habrÃa destrozado.La cólera me bullÃa en el estómago, desbordándolo y recorriéndome todo el cuerpo.SentÃa un impulso irresistible de golpearlo.—Y como llevo las marcas, puedes entrar en mi mente y apoderarte de mÃ.Me dijiste que las marcas hacÃan que te resultara más difÃcil, no más fácil.¿También mentÃas en eso?—Lo hecho, hecho está; habrÃa muerto mucha gente si no hubiéramos detenido a esa criatura, y he extraÃdo poder de donde lo he encontrado.—De mÃ.—SÃ: eres mi sierva humana, y tu cercanÃa aumenta mi poder.Ya lo sabÃas
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