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.Mil años de paz y una sola muerte lo destrozarÃa todo.Un tiro en la noche derribarÃa la estructura, harÃa retroceder al hombre a su pasado animal.Webster mató, ¿por qué no hacer lo mismo? Al fin y al cabo hay hombres a los que habrÃa que matar.Webster hizo lo que debÃa, pero no hay por qué detenerse.¿Van a colgarlo? DeberÃan darle una medalla.Comencemos con los mutantes.Si no hubiese sido por ellos.Asà hablarÃan los hombres.Eso, pensó Webster, es el viento que ruge en mi cabeza.El resplandor del anuncio de raros colores se reflejaba fantásticamente en el techo y las paredes.Fowler lo está viendo, pensó Webster.Lo está viendo, y si no, aún tengo el calidoscopio.Lo invitaré y nos pondremos a charlar.Hablaremos.Volvió a guardar el arma en el escritorio, y fue hacia la puerta.Notas al sexto cuentoSI HAY DUDAS acerca del origen de los otros cuentos, no puede haberlas acerca de éste.El sexto cuento tiene las caracterÃsticas inconfundibles de nuestras narraciones: los profundos valores emocionales y el interés por la ética comunes a todos los mitos perrunos.Y sin embargo, lo que no deja de ser curioso, en esta historia precisamente encuentra Tige las pruebas más firmes acerca de la realidad de la raza humana.AquÃ, apunta Tige, se demuestra que los perros contaban estas mismas historias junto al fuego cuando hablaban del hombre enterrado en Ginebra o los que habÃan ido a Júpiter.AquÃ, dice, se nos narra la primera expedición de los perros a los mundos de los duendes, su primer paso hacia el desarrollo de una fraternidad animal.Aquà también, piensa Tige, se nos muestra que el hombre era una raza que descendió por el sendero de la cultura en parte acompañado por los perros.Si el desastre de que se habla en esta historia es o no el que sufrió el hombre, es difÃcil saberlo, afirma Tige.Admite que la historia pudo haber sido embellecida y adornada a lo largo de los siglos.Pero aún asà ella prueba, sostiene Tige, que alguna desgracia cayó sobre los hombres.Rover, quien no admite lo que Tige llama hechos evidentes, cree que el narrador da a la cultura creada por el hombre su conclusión lógica Sin grandes propósitos, sin cierta estabilidad natural, ninguna cultura puede sobrevivir, y ésta serÃa la moraleja del cuento.En esta historia se describe al hombre con una rara ternura Es, a la vez, una criatura solitaria y digna de compasión, pero no desprovista, sin embargo, de cierta gloria.No deja de ser enteramente tÃpico que al fin adopte una actitud de nobleza, ganando asila divinidad por autoinmolación.Sin embargo, en la adoración que le manifiesta Ebenezer hay ciertos ecos perturbadores que se han convertido —entre los estudiosos de la leyenda— en fuente de disputas particularmente amargas.Bounce, en su libro El mito del hombre, se pregunta en un momento: ¿Si el hombre hubiese tomado otro camino, hubiese llegado a alcanzar con los anos la grandeza del perro?Es una pregunta, quizá, que muchos lectores han dejado de hacerse.6EntretenimientosEL CONEJO ESQUIVÓ un arbusto, y el perrito negro corrió tras él y se detuvo resbalando sobre las patas traseras.En el sendero habÃa un lobo, y el cuerpo ensangrentado y retorcido del conejo le colgaba de la boca.Ebenezer, inmóvil, jadeaba con la lengua fuera.Se sentÃa un poco débil y enfermo ante aquel espectáculo.¡HabÃa sido un conejo tan bonito!En el sendero, detrás de Ebenezer, se oyeron unas pisadas, y Sombra apareció a un lado del arbusto.El lobo paseó su mirada del perro al pequeño robot, y luego otra vez al perro.La luz amarilla del salvajismo se le apagó lentamente en los ojos.—No debÃas haber hecho eso, lobo —dijo Ebenezer, suavemente—.El conejo sabÃa que no le harÃa daño y que todo era una broma.Pero corrÃa derecho hacia ti y aprovechaste la ocasión.—Es inútil que le hables —dijo Sombra torciendo la boca—.No entiende una palabra.Lo primero que hará, será comerte a ti.—No mientras tú estés cerca —dijo Ebenezer—, y además me conoce.Recuerda el último invierno.Pertenece al rebaño que alimentamos.El lobo se adelantó lenta y cautelosamente, paso a paso, hasta que entre él y el perro no hubo más de medio metro.Luego puso el conejo en el suelo y lo empujó hacia adelante con el hocico.Sombra emitió un ruidito entrecortado.—¡Te lo está ofreciendo!—Ya sé —dijo Ebenezer con calma—.Ya te he dicho que me recuerda.Es el que tenÃa una oreja helada.Jenkins lo curó.El perro dio un paso adelante, moviendo la cola, con el hocico levantado.El lobo se endureció un momento.Luego bajó la fea cabeza y aspiró por la nariz.Durante un segundo se frotaron los dos hocicos.En seguida el lobo retrocedió.—Vámonos —urgió Sombra—.Tú camina delante y yo cubriré la retirada.Si el lobo intenta algo.—No lo intentará —dijo Ebenezer—.Es amigo nuestro.Lo del conejo no es culpa suya.No comprende.Es su modo de vivir.Para él un conejo es sólo un trozo de carne.De la misma manera, pensó, fue una vez para nosotros.Como fue para nosotros antes que el perro se echase por primera vez junto al hombre, al lado de un hogar.Y como aún fue después, durante un tiempo.Aún ahora, a veces.Moviéndose lentamente, casi disculpándose, el lobo se adelantó otra vez y alzó el conejo sacudiendo la cola.No era precisamente un saludo, pero casi.—¡Ya ves! —exclamó Ebenezer, y el lobo desapareció convirtiéndose en una mancha gris entre los árboles, una sombra que flotaba en el bosque.—Se lo ha llevado —dijo Sombra—.El sucio.—Pero me lo ofreció antes —dijo Ebenezer triunfalmente—.Sólo que tenÃa tanta hambre que no pudo resistirse.Ha hecho lo que un lobo nunca hizo.Durante un momento fue más que un animal.—Se lleva los regalos —protestó Sombra.Ebenezer sacudió la cabeza.—Sintió vergüenza cuando se lo llevó.Ya viste que movÃa la cola.Trataba de explicarme.de explicarme que tenÃa hambre y lo necesitaba.Más que yo.El perro miró las verdes bóvedas del bosque encantado, respiró el aroma de las hojas marchitas, el pesado perfume de las hepáticas, las sanguinarias, las anémonas y los árboles de la primavera temprana.—Quizás algún dÃa.—dijo.—SÃ, ya sé —dijo Sombra—.Quizás algún dÃa los lobos se civilicen también.Y los conejos y las ardillas y los otros animales salvajes.Vosotros, los perros, desvariáis.—No es desvarÃo —dijo Ebenezer—.Un sueño quizá.Los hombres amaban los sueños.SolÃan sentarse y pensar.Asà aparecimos nosotros.Nos concibió un hombre llamado Webster.Nos cambió algunas cosas.Nos arregló las gargantas para que pudiésemos hablar.Nos proporcionó lentes para que pudiésemos leer.Nos.—No sacaron mucho los hombres de todos sus sueños —dijo Sombra, malhumorado.Eso, pensó Ebenezer, es una solemne verdad.Quedan pocos hombres
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