[ Pobierz całość w formacie PDF ]
.—Me halagas.Pero aunque eso fuese cierto, la inteligencia y la astucia no ganan las guerras, tal como me recordó Polión las gana el poder.Aun asÃ, te agradezco el cumplido y procuraré estar a la altura de la buena opinión que te has formado de mÃ.Dio un bocado al panecillo.—¿Y bien? —dijo Cántabra apoyando los codos en las rodillas—.¿Has discurrido algún plan?—Me parece que tengo dos opciones.La primera es acudir a Cayo Mecenas.Quizás esté dispuesto a comprar la deuda simplemente para fastidiar a Rufo, y seguramente todavÃa es lo bastante poderoso como para protegernos.Los riesgos que entrañarÃa seguir este camino son, primero, que no tengo motivos para confiar en él como tampoco él los tiene para fiarse de mÃ; segundo, que según se dice ha caÃdo en desgracia y quizá no esté dispuesto a arriesgarse a actuar contra Rufo; tercero, y éste es el que más me preocupa, que Polión sin duda cuenta con que acudiré a él.Lo amenacé veladamente con hacerlo y advertà que le horrorizaba la idea.Cayo Mecenas es justamente la clase de hombre que más teme Polión, pues se trata de un financiero rival que, al igual que él, también ha perdido el favor imperial, que es capaz de comprender las conspiraciones de Polión y que tal vez esté interesado en sacar provecho de ellas.Si yo fuese Polión tomarÃa medidas para evitar que yo consiguiera ayuda por ese lado.—¿Qué clase de medidas? —preguntó Cántabra frunciendo el ceño.Hermógenes se encogió de hombros.—La más elemental serÃa vigilar su casa por si yo intento acercarme por allÃ.Otra más sutil serÃa enviar a Mecenas una carta plagada de mentiras sobre mi persona.Cántabra arrugó aún más la frente.—¿Y qué le dirÃa? ¿Que eres un asesino?—Que soy un asesino, que soy un espÃa, que mi ofrecimiento es una artimaña para implicar a Mecenas en alguna clase de escándalo.No sé lo bastante sobre polÃtica cortesana como para adivinarlo o prevenirlo.Polión y Mecenas eran miembros del mismo cÃrculo y ambos se dedicaban a las finanzas.Creo que se detestaban mutuamente, pero es probable que haya personas contra quienes se aliaron en el pasado, y a Polión no le costarÃa mucho fingir de manera creÃble que está dispuesto a ayudar a Mecenas contra una de ellas.—Terminó su panecillo.—Entonces no debes acudir a Mecenas —concluyó Cántabra—.¿Cuál es la segunda opción?—Alguien que se llama Tito —respondió Hermógenes con un gesto de incertidumbre—.Es el hombre a quien Polión quiere que Rufo mate, de modo que es de suponer que se mostrará agradecido si lo informo de la conspiración.Presenta una ventaja sobre Mecenas: no creo que ni Rufo ni Polión sepan que oà su nombre y, por consiguiente, no les pasará por la cabeza la posibilidad de que yo acuda a él.Rufo mencionó el nombre en las termas, pero me parece que no cayó en la cuenta de que lo habÃa entendido, pues lo dijo en latÃn y todas nuestras conversaciones se habÃan desarrollado en griego.Por otra parte, tampoco creo que Polión lo oyera porque en ese momento todavÃa estaba en el vestuario.Sin duda llegaron a sus oÃdos los gritos de Rufo, pero en las termas las voces resuenan, por lo que dudo mucho que distinguiera sus palabras.El problema reside en que no sé quién es ese Tito.Puesto que Rufo lo llama por su nombre de pila, debe de ser alguien con quien mantiene o ha mantenido un trato bastante próximo, alguien influyente a quien Polión no puede acceder por su cuenta y de cuya muerte espera beneficiarse: esto es cuanto puedo decir.—¿Estatilio Tauro? —sugirió Cántabra.Por un momento Hermógenes no logró identificar al dueño de ese nombre que le sonaba vagamente relacionado con los asuntos públicos.Entonces le vino a la mente: uno de los grandes mariscales del emperador, el hombre que capitaneó los ejércitos de tierra en Actium, inferior en rango sólo a Marco Agripa.Pero habÃa algo más, algo más reciente.De repente recordó que los hermanos Rubrio habÃan mencionado aquel nombre.Se lamentaban de que Estatilio Tauro no hubiese organizado juegos aquel verano a pesar de lo mucho que le gustaban y de ostentar el cargo de prefecto de la ciudad.Prefecto de la ciudad.El hombre a cargo de Roma en ausencia del emperador y su principal consejero; el hombre al mando de todas las tropas estacionadas en la capital; el hombre responsable del mantenimiento del orden.«Supongamos —pensó— que el prefecto de la ciudad fuese asesinado y que estallaran desórdenes callejeros; supongamos que en esa peligrosa coyuntura Vedio Polión se ofreciese desinteresadamente a echar mano de su riqueza para sofocar los disturbios.¿Acaso Polión no contarÃa con recobrar el favor imperial a modo de recompensa?»Era posible, aunque habÃa demasiadas suposiciones en aquel razonamiento, y por añadidura se le figuraba una conspiración innecesariamente enrevesada.Si Polión quisiera reprimir una revuelta, probablemente le bastarÃa con enviar a sus hombres a promoverla para luego aplastarla cuando le viniera bien sin necesidad de cometer ningún asesinato.¿O acaso tenÃa motivos para estar convencido de que antes convenÃa deshacerse de Estatilio Tauro?—Quizá —dijo Hermógenes con cautela—.Estatilio Tauro se llama Tito, ¿verdad?Cántabra asintió con la cabeza.—Es un hombre cruel —aseveró en voz baja—.Le encantan la sangre y las matanzas.Pero es honesto.Cumple con su palabra y honra la valentÃa.De pronto Hermógenes recordó en qué otra ocasión habÃa oÃdo aquel nombre recientemente: cuando Cántabra le relató sus traumáticas experiencias en la escuela de gladiadores.La escuela de Tauro.No era de extrañar que fuese el primer Tito poderoso que se le ocurriese.—Quizá-repitió—.Aunque no sé cómo comprobarlo.No puedo presentarme ante el con una acusación contra un hombre que probablemente es su amigo sin estar más seguro de lo que estoy ahora, y ni siquiera se cuántos candidatos más existen entre los amigos del emperador.Tampoco puedo entrar en una barberÃa sin más y preguntar cuántos romanos importantes se llaman Tito.—¿Por que no? —replicó Cántabra—.Los hombres hablan de sandeces en las barberÃas.Hermógenes emitió un bufido.—De acuerdo, pero Rufo y Polión habrán enviado a sus hombres en mi busca.Seguro que sus agentes están indagando en las barberÃas si ha pasado por allà un griego que habla latÃn y tiene la cara magullada, un corte en la mejilla y un tobillo roto.En estos momentos no puede decirse que pase inadvertido, y esa clase de pregunta es fácil de recordar.Si Polión se entera de que ando haciendo esas averiguaciones, mi última oportunidad se habrá desvanecido.—Se palpó los puntos de la mejilla con las yemas de los dedos, procurando pensar—.Creo que más vale acudir a Mecenas.Aunque Polión se proponga remitirle una carta, tal vez aún no la haya escrito.Desde luego, lo más seguro habrÃa sido pedir audiencia a Mecenas a primera hora de la mañana
[ Pobierz całość w formacie PDF ]